El silencio de las sirenas II

Hay un ligero chapoteo, seguro algún pez que choca contra el casco de la nave, suena como el granizo contra la tierra arada, como las olas del mar en sus momentos de calma. Hay demasiada niebla y la luz que se filtra entre rayos de color avaricia sólo acrecienta la ceguera. Tengo ganas de cantar, como se canta en la prisión, camino a los muelles al abandonar a la familia o cuando se despierta después del beso de la muerte.

Las sirenas. ¿Dónde estarán las sirenas? ¿Sabrán que son objeto de fantasía, dosis de esperanza, necesidad de quien vive en agonía?

Combatimos el silencio con tonadas de guitarra, con juerga de momentos de ebriedad, con el sonido de las herramientas con las que nos hemos de introducir al abismo líquido, a la inmensidad del cementerio marino. Debemos movernos con premura, permanecer en el agua podría congelarnos, enloquecernos, o peor aún, arrastrarnos a las entrañas de este monstruo.

Allá adelante se alcanza a ver una masa de rocas que inmoviliza nuestro desgastado barco, efectivamente hemos encallado; frágiles, como una flor en medio del acantilado, la muerte comienza a coquetear con nuestra humanidad. Algo quiere destrozarnos, sumirnos en miseria.

El chapoteo se ha hecho más fuerte, junto con las ráfagas de viento que revientan contra nuestros cuerpos, dan intermitencia al silencio. Al fondo prevalece la oscuridad, hacía abajo un tono verdoso, en el que las pesadillas más atroces nadan en plena libertad, y arriba... arriba es un dilema difícil de explicar, sólo un color blanco, un vacío infinito y nada más.

Alguien ríe. No estoy enloqueciendo, alguien ríe de verdad. Su voz es melodiosa, suave, llega al corazón. Se desvanece el frío, parece que se ahoga el dolor; es esa voz, tan noble, tan repleta de paz y bondad.

Quiero morir cantando, desahuciarme en las transparencias de su voz, en la luz de su sonrisa. Sin embargo no veo sus labios libertarios, su imagen de redención; sólo puedo idolatrar lo que sale de su corazón. Ha enamorado mis oídos, esperanzado mis labios. Busco desesperadamente, pero no están sus brazos, únicamente siluetas que ondulan en el agua, siluetas de luz y baile, de alegría y prosperidad.

Son mariposas acuáticas que brillan en medio de la oscuridad, sí, son las sirenas que hemos anhelado, la dosis de esperanza que venimos a buscar.



Para Julia y otra vez para Clara, que me siguen leyendo y engrandeciendo con su apoyo y comentarios.

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