El silencio de las sirenas I

El mar tiene sabor  a licor y nostalgia, un sabor denso y espectral, como la bruma que lo cubre. En esta cubierta pasean los fantasmas de viajes a tierras extrañas, se lamentan al haberse embarcado hacia la última estación, hasta el desahucio. Aquí ya sólo quedan momentos en que la arena deslumbra y la piel termina con el aroma y sabor de la sal. Esto es mar abierto, desolación y misterio.

Hace tiempo que el silencio nos envuelve, que los huesos crujen y que el corazón palpita a un ritmo tardío, salido de su longitud, de su impulso de vida. Desde ese momento buscamos las sirenas, pues cuenta la leyenda, que cuando el cielo se separó del mar, condenó al vacío a todo aquel que se encontrará entre ellos, al que osara interponerse entre el reflejo de las nubes en el agua; en ese momento los hombres fueron llevados a tierra, separados de su esencia, condenados a la peor agonía, caminar... anhelar deslizarse entre las olas, o con las manos acariciar el viento al volar.

Con el paso de las eras, con los pactos de los hombres y su ambición por la riqueza y el poder lograron conquistar nuevamente las aguas, volvieron a contemplar el mar.

Sin embargo, no todos los seres humanos fueron exiliados; de una belleza sin igual, lejana aún a todas las flores y estrellas del universo reunidas, y con un canto tan dulce como las arpas de la creación, las sirenas aún rondan estos mares. Viven seduciendo a la luna, deambulando en las entrañas de la inmensidad.

La tristeza radica en que aquí sólo hay rocas, bruma y el silencio que ahoga, un murmullo bajo de olas y madera que cruje, pero nada más; únicamente el silencio que desgarra el corazón. Repican las campanas en lo alto de la nave, hemos encallado, quizás es el final del viaje, el lugar donde los muertos abordarán para llevarnos hasta el patíbulo.

El viento corta la piel, el frío no deja de calar cada nervio. Así se debe de sentir la soledad, el deseo de contacto, de una mirada o tan sólo de la frívola compañía de alguien que conserve un mínimo de eso que nos atrevemos a llamar personas.

Nuestra ilusión es encontrar a las sirenas, escuchar su elixir de vida, purificar el alma y volver a soñar, pues en este abismo de causas perdidas, de sonrisas fingidas y abrazos que se diluyen, no queda otra cosa que recordar, soñar en tiempos dorados, donde se unía el cielo y la mar.

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