El vampiro de sueños (parte uno)

Ya alguna vez se ha ido, se ha violentado en la noche, dejando vacío y duda; se ausenta entre melancolía e indiferencia, como aquel suspiro que llega con la noche.

Su figura blanquecina se observa a la distancia, con goce fantasmal y toque de sensualidad. Su cabello rubio ondula en el viento, su vestido aterciopelado brilla en medio de la inclemente oscuridad, pero su corazón, él se escucha más allá de las paredes; está dentro de mi cabeza, succionando sin parar.

Una vieja canción va de la mano del llanto, y en la habitación la tímida luz neón del anuncio de cerveza en la calle, crea aterradoras sombras, ilusiones que desquician la media noche. El tiempo se ha detenido, también está en la víspera de otras aventuras. Y así marchamos, sin movernos de nuestro lugar, impávidos ante aquello que nos desconcierta y reprime.

Hoy es noche sin luna, un laberinto de emociones donde la razón se extravió y donde todos los miedos han florecido.

Ruego el amparo del amanecer, la lejanía de su voluptuosidad. Ruego que su sensualidad repte entre las esperanzas de cualquiera, de quién sea, de alguien que no sea yo. Ruego que esta noche no se acerque.

Hace frío, las ventanas se crispan y los cimientos crujen, tiemblan de terror, el mismo terror que tienen las flores al deshojarse en plena primavera.

Una ambulancia merodea, resolla con la libertad de la muerte; el hechizo de sus ojos se convierte en fuego para los pulmones, en veneno para la cordura. Cada vez se encuentra más cerca; acechando, rondando entre faroles fundidos y el adoquín de la acera contigua.

Quiero partir hasta las estrellas, rasgar el espacio y ocultarme entre las multitudes; sin embargo le he abierto la puerta.

¿Me he convertido acaso en un muerto que aprende a besar?

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