La historia de Pablo

Todavía es un niño, pero sabe que la vida está entre la miseria y el dolor, aun somos niños, eramos, fuimos... ya no recuerdo; en el fondo sigo sintiendo miedo, admiración, desesperanza, ansiedad; niños con miedo al futuro, al ayer, al no saber.

El encuentro debe recordarse como la crónica de la desfortuna y la comicidad, de la casualidad y la inocencia; él con un brazo roto, yo con la pierna hecha pedazos, ambos en la niñez, en la interpretación de un mundo que nos aislaba de una u otra manera, que quizá aún lo hace, quién sabe. Él con esa sapiencia y valentía que otorga la orfandad, en mi caso con la interpretación del trabajo, de la familia, de la construcción de la realidad. 

Niños a fin de cuentas, grandes amigos, ambos en soledad, ambos en ausencia. Pablo, el niño de la calle, el escapista, el soñador, el  que luchaba día a día por ganar un pan; del otro lado Jesús, el que miraba la calle, el idealista, el que desconocía su lugar en el mundo, pero que siempre estaba dispuesto a encontrarlo. Ambos, anhelando libertad, movilidad, tacto. A fin de cuentas un nosocomio no es el mejor lugar para desarrollar una amistad.

Ahí de alguna forma ya existía la idea de la desigualdad, de la injusticia y la discriminación, del condicionamiento social, de la riqueza, la mentira, pero en especial, de lograr cambiar el mundo. Eramos niños y definíamos nuestra situación como una mierda, pero soñábamos, queríamos cambiar el presente, olvidar el pasado y romperle la afrenta al futuro. Nuestros sueños siguen intactos, estoy seguro; una casa bonita, una familia, el corazón latiendo y la mente funcionando, nunca pedimos mucho.

De él debe decirse la combatividad, el fervor, la alegría, de mi... creo que debe haber algo, quizá compromiso, quizá algo que sigo buscando. 

El destino nos separó, sin embargo la semilla de esas ilusiones permanece intacta. Fue un encuentro breve, una amistad de semana y media, un trayecto corto entre dos camas de hospital. Pablo se despidió para ir a una casa hogar, el destino tenía trazada una adopción, el sometimiento, la espera, no sé, pero sí recuerdo sus palabras: En la calle no es igual, familia es la que tu adoptas, ahí no habrá familia... me fugaré. Es así que aprendí a fugarme de la responsabilidad, del dolor, de esas emociones que oprimen el pecho, de la misma desigualdad.

Un abrazo selló los recuerdos y ese mismo tiempo, causa de nuestra incertidumbre, permitió revivirlos a través de aprendizaje y bondad. Hoy recuerdo a Pablo, no tengo la menor idea de que será de él, pero que agradecido estoy de haberle conocido. Espero esté bien.



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