Da todo lo que puedas en esta vida,
dignifica el momento de tu muerte.
Sueños de un pueblo que nace del maíz y el esfuerzo de la
tierra, de la conjunción entre el campo y el cielo. Goce del alma que se
detiene ante la expectativa, palabra heredada que desafía al tiempo y su
inalcanzable presagio.
Sobre las venas de la cultura, en la memoria de los pueblos
de esta finca conocida como “El Nuevo Mundo”, se levanta, intransigente, en
desprestigio, desvalorizado y disminuido al breve murmullo del indio, del
soñador, ahí permanece en espera el
anhelo de renovación. Aguantando, acuclillado, en expectativa de saltar y
demostrar su grandeza.
Desde los desiertos de California, por la cuenca del
Amazonas y hasta la nobleza de las Malvinas es donde este suelo fertilizado por
sangre erige su leyenda, su perpetuidad y legado. Presa del destino cruel, en
indignación y agonía, hoy tan sólo es víctima de la sombra de quienes alguna
vez oprimieron bajo látigo y fusil, mártir de quienes desdeñan su origen, de
quienes aborrecen la tradición y la magia que bajo tus muertos se yergue.
Este es el corazón de Latinoamérica, de la patria de Hidalgo
y Bolivar, de Allende y Guevara. La de las revoluciones de Tupac Amaru, de
Emiliano Zapata y Fidel Castro. Que sueña, que ríe, que goza; pero que también
sufre y palpita por un cambio, por el verdadero valor que merece, por recuperar
la identidad y riqueza que los falsos dioses vinieron a robarle.
América Latina resiste, su corazón late ferozmente en espera
de la unión y la hermandad que nos lleve al progreso, pues no es Paraguay, no
es Honduras, no es Argentina, Brasil, ni México, es el corazón de esta tierra
que dice: No más vejaciones. Esa, esa es la utopía de los pueblos de esta
tierra.
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