Manifiesto de la estupidez

El hombre estúpido viaja por el mundo sin mayores complicaciones, confiando en que su camino lo enrutará al bienestar, o mínimamente a la comodidad, al menos yo pensé que eso era el hombre estúpido, el que sin preocuparse se dejaba guiar por la invisible caridad del destino... ¿Acaso me engañe durante toda la vida?

Parecer ser que el único estúpido es aquel que se esfuerza día a día, que espera que la vida le devuelva al menos un poco de lo que él en sus bienaventuranzas ofrece.

Ser parte de este aquelarre social no garantiza para nada la prosperidad, pero buscar la prosperidad no garantiza en estricto sentido la alegría. Hablar de la desesperanza y el dolor resulta ser incomodo... hablar de lucha e ideales mucho más, quizá a este mundo poco le importa el apreciar la verdad del intelecto humano y se conforma con una vida simplista, carente de valor e imaginación.

Es por esto que la existencia se envuelve en etiquetas de dolor y desesperación, no por que en verdad así sea, sino porque esta noche los fracasos reiterados me lo obligan a pensar. No importa la admiración o el sano juicio, lo que importa es acomodarse al molde y cuajar como la gelatina. Lo estúpido, lo intrascendente, lo absolutamente incompetente, así es este momento, lleno de palabras, de sentimientos, de dolores ajenos, propios... lejanos y cercanos, de putas obligaciones sociales.

De igual manera no espero nada de quienes están o han estado cerca, las palabras que escribo ocasionalmente dicen como me siento, esta vez van más allá. No espero comentarios, quizá ni los tome en cuenta, es un ansía de decirle al mundo, sí soy idiota.

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