Seducción


Es de noche en el barrio viejo, se escucha el penar de muertos añejos de sombras y desnudos que se levantan desde el pavimento. Regresan del humo, del éter, llorando y arrastrando la herrumbre del tiempo, son muertos sin nombre, cádaveres de la historia.

Sólo quienes habitan esta casa niegan los fantasmas que los acosan. Sólo quien se ha olvidado de la verdad y el amor es capaz de negar la presencia y el horror que estos muros transpiran. Existe algo más allá del pabellón donde se reúnen los difuntos, algo se esconde tras esa tierra fertilizada por las balas y el dolor.

Aquí las viudas huyeron, dejaron tan sólo la estela de la impunidad y el sufrimiento, de aquello que ni políticos ni militares pudieron resolver. Se respira injusticia, cala hondo en el corazón el salitre que enrarece el aire. Ellos no se van, siguen aquí, protestan el arrebato de vida; en susurro de muerte exigen que se libere su memoria y que no se olvide su lucha; es en su lamento que piden alcanzar la inmortalidad, ennoblecer su ya perdida batalla a la democracia.

No obstante, gobierna una ligera impresión de aquello que nos quema, de una pasión que sublima y contrasta con la humedad de la noche.

Los faroles titilan afuera, tímidamente iluminan el suelo mojado, el olor a tierra mojada penetra hasta el ultimo resquicio de la habitación, es ahí que estas tú, tan radiante, tan inerte,  y sin embargo tan inmaculada y bella, tanto que la luna palidece a tu reflejo. De pronto esos mismos fantasmas farfullan a lo lejano, parecen cantarte, robarme tu cariño, te seducen con historias de guerrilla y utopía, con atardeceres rojizos envueltos en la promesa de poder para el pueblo...

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