Vuelo Nocturno

Siempre que se hace una historia,

se habla de un viejo, de un niño o de sí… (SR).

Bajo su mirada cansada, en el fondo de un corazón errante, a la izquierda de la tierra, justo en el origen de sus ideas, ahí resguarda la memoria de sus viajes, reposando entre aromas de viejas amistades y el tiempo que se fue.

Su sonrisa escondía la magia de lugares olvidados, de imágenes envueltas en celofán sepia, su gesto decía mucho; sus palabras, medidas, certeras y arrastradas, dejaban la duda en el aire, el amargo sabor del vino de antier. Meditaba o eso parecía hacer, se limitaba a entreabrir los labios, e inmediatamente aparentaba retractarse y guardar para si los plácemes de aquellos atardeceres de ensueño.

Se desterró de su patria, sin dejar jamás de amarla, fue una y otra vez al fin del mundo. Trayendo de vuelta siempre una sonrisa y un par de esbirros, de tesoros para la sabiduría y el espíritu. Vivió entre noches de vuelo nocturno, del alma que se entrega al sueño inquebrantable de la libertad absoluta; a una ensoñación que viaja con el viento; y sin embargo no se inmuto; escribió de libertad y se ahogo en ideales de renovación, en momentos donde el alma se exalta y rige el furor de la bondad; y aun así no claudico; parecía andar con cuidado, como si su caminar lo llevara entre los cadáveres de la cultura y la comprensión, como si su vida dependiera de aquello que nadie sabe y que él no estaría dispuesto a compartir; y sin embargo siempre intento hacer sonreír al desvalido, al desprotegido, al que se encontraba en pesadumbre y abandono.

No cabe duda de que su leyenda regía en tiempos donde la nobleza se estaba pudriendo, donde la comprensión se había prostituido, pero él conservaba el temple de hierro y la mirada infranqueable, esperando decir lo atinado en el momento justo. Estar ahí era una especie de misticismo, algo cercano a contemplar el mar y las estrellas.

Su historia era sencilla, personas de las que aprendía, de las que observaba algo bello, algo que ayudará a este mundo. Ideas sueltas, realidades de las que se nutría, de las que asimiló el choque con lo tangible, paisajes de nostalgia, anécdotas de la tradición oral, despojos de aquello que se resarce en pueblos situados en la esquina del mundo, en la consciencia de todos y en las palabras de nadie.

Aun así en su propio final de los tiempos, en el apocalipsis de su corazón, se mantenía sentado mirando al infinito, esperando que una nueva verdad lo golpeara en la sien, que nuevamente su mundo se iluminara ante la fraternidad de las naciones y el corazón que se exalta en el tumultuoso recuerdo de los ídolos del pueblo.

Su puño intento alcanzar el cielo, desgarrarse en un estruendoso grito de libertad, una libertad para sí mismo, para reencarnar en la noche de los inocentes, para compartir en la mesa de los de corazón insigne, a fin de cuenta cual Quijiote moderno, esa era su idea.

Y ahí sigue en su Mancha, cual honorable guerrero de la melancolía, retorciéndose entre efemérides y anhelos de patria. En la interminable historia de sus amigos, sus viajes, sus coterráneos y los que yacen más allá de sus horizontes. No sé bien que espera, pero seguro algo digno habrá de contar al respecto…






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