La Bruja



Perdido, sin duda, solo a mitad de nada, a mitad de la propiedad de nadie. Copado por naturaleza, por silencio, por el recuerdo de ayeres agridulces, de amores rancios y perdidos.

Moribundo de ideales, exacerbado de razón, a la espera de la angustia y el desenlace de la imaginación, perdido en el ahogo de lo aparente y lo tangible, justo donde empieza a tomar parte el relato oral, la tradición mágica de la tierra, de los secretos del alma. Ahí donde la ciencia no tiene dominio, donde sólo la sabiduría de la senectud tiene las palabras correctas para definir la angustia y el encierro del alma, la colación de sentimientos que se acongojan en torno a lo desconocido.

Susurro maldito que se cuela entre los árboles, que me guía con una dosis de sensualidad y misterio a la hondonada, voz de sirena que adormece y me obliga a perderme, que me dirige a un abismo de desolación, a la cercanía de sus labios.

Siento su magia, su agitado corazón que se apodera de mis pensamientos, de mis esfuerzos, de lo poco que queda en una atmosfera enrarecida, carente de sentimiento, desbordada de pasión. Se abalanza sobre mí en entrecortado suspiro de angustia y candor, siento su piel helada, acompañada de una honda desesperación, de una infinita tristeza; pero también de un calor sin igual, del dulce acompañamiento  de una melodía eterna, de una alegría que se dibuja en el crepúsculo, que congela el despunte del alba.

Se arremolina a mi alrededor, me arrebata el calor y trepa poco a poco por mi cuerpo, que yace inerte, a la expectativa de sus deseos. Trepa cual el silbido del viento, contrasta su ascenso con el vaivén de la luz, con la patética estampa del ánimo exacerbado. Repta y se eleva con cada suspiro entrecortado, elevándose entre fantasmas de la noche.

Mis ojos agónicos la contemplan, descifran bajo esos andrajos el más bello rostro de mujer, la máxima 
expresión de la ternura y el dolor, siento ganas de sus labios, de abrazarle para reencontrar el origen del tiempo en sus brazos. Me acerco tímidamente a su cuello, me suspendo en un sueño de gloria y felicidad, donde la dicha y el regocijo tienen su nombre… un malestar hipnótico que me orilla a amarla más que a mi vida, a entregarle mi alma a cambio de su beso.

Cada vez más cerca, su aliento es de rosas, de un añejo recuerdo. La siento, es ella, es su beso, son sus labios que con un sabor intermitente a mezcal y chocolate subsanan el dolor de este andariego viajero.

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