Los Injusticiados

Ellos viajan por senderos de muerte, atraviesan un silencio sepulcral, se desviven en las instancias de la guerra, en el vacío de una sociedad sin libertad. Sus voces se ahogan en medio de la soledad, en medio del hambre, la miseria y la esclavitud. Defienden su tierra y su trabajo, su herencia y su tradición.

Son parte nuestra y aun así están en el olvido, pues nadie los mira, aunque gritan con desesperación la tristeza que los oprime, el abandono que les hemos propinado. Están relegados a la esquina del mundo, a la izquierda de la tierra. Son nuestros, son suyos, son de nadie, somos todos. Porque esta pobrecita patria esta tan cerca de la ausencia, pero tan lejos de su propia identidad.

Somos producto de un secuestro del patriotismo, del predominio de la razón. Somos olvidados de nuestra historia, viajeros sin rumbo dentro del mar de las posibilidades cristalizadas, porque vivimos en sueños, en ilusiones que raramente se alcanzaran. Tenemos  magia, tenemos raíces, pero nos acaba la idea de la vacuidad, de lo inmediato, de lo material. Nuestro refuerzo se llama consumo, se llama olvido, se llama pobreza, pero más se llama falsedad.

Duele mirar su vida a través de la nuestra, sentir las llagas de su esfuerzo silencioso, ahogarnos en el humo, en la demencia y en la podredumbre que nosotros mismos les hemos generado, que nos hemos generado.

Y así hemos viajado, con el rencor en nuestras espaldas, con la esperanza tatuada en la frente, con el sudor y la tierra que impregnan la ropa, con las heridas que laceran la mente. Esperamos descansar en la tierra prometida, en la solución que la fe nos ha creado, en una fe que nos vende indulgencias y nos mantiene muertos de hambre, ataviados en el estigma del fracaso y el anhelo, entre harapos y efigies, porque si es posible la patética mezcla de la pobreza y la magnificencia. Sin embargo, mantenemos nuestra mente en espera de una mirada, de una palabra, de un ejemplo que seguir.  Buscamos vida, acercándonos a la reverencia de la muerte, coqueteamos a la alegría sin tirar el paño que seca nuestras lágrimas.

Nuestro anhelo es simple, nos ha domesticado la cultura del otro, la que nos encadena, la que nos apresa y nos halaga con terror. Porque somos uno y no somos nada, seguimos esperando una voz que nos llame, una que siembre un arcoíris de redención para nuestra raza, para nuestra tradición, para nuestro pueblo.

Somos faltos de justicia, somos expectantes del dolor, somos el resultado de la imaginación de nuestros antepasados y el alimento del depredador. Somos uno y no somos nada, porque nos hace falta vida, nos hace falta amor. Pobrecitos de nosotros, tan alejados de nosotros, tan cerca de caminar solos a media noche.

Eso es vivir en injusticia, en la injusticia de la cultura y el valor; vivir de sueños frustrados, vivir para ser injusticiado, para lograr injusticiar, para recaer en el malestar de esta cultura.

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