Pasan los días y las nubes corren por encima de mi cabeza, mi ajetreado sendero se encuentra nuevamente en la antesala de lo indescriptible, fluye la tristeza por los poros de la desgasta esperanza que yace en el lecho mortuorio del mármol, del pálido mármol. El aire impregnado de cloroformo, nauseabundo, rarefacto, no hace más que aniquilar aun mas toda sonrisa… pero los días fluyen, se escurren, quizá es porque atraviesan entre los dedos de la muerte lo que permite que se diluyan dejando únicamente el espectro de la angustia y la soledad.
Me atrapa el vacio, reciento tu ausencia, duele tu vida que se me escapa de los labios. Duele la angustia que se apodera de mis entrañas. Duele tu nombre, duele que no estés conmigo.
Sin embargo la vida fluye en los mismos efímeros placeres, en la aniquilación del buen sentido, en el abismo de las ilusiones frustradas; prevalece a mis pies, es la sombra de los cadáveres que se aferran a mí andar, las frías osamentas que se han aferrado a un trozo de mi vida. Despedazado, intentando armar un rompecabezas del alma, intentando regar en un gélido soplido, en un último halito de esperanza, los fracasos reiterados de la razón, los sinsabores de una afectividad retorcida.
Pero los días pasan, pasan frente a mí sin dejar rastro que permita localizarlos, sin una sola huella que permita a la memoria reencontrarse con un dote de calor. Siguen un paso inclemente, una ruta de indiferencia. Se van dejando un socavón de zozobra en el alma, un agujero en medio del estomago, un espectro de cerrazones una sinfonía de anonimatos, una melodía tan rara como mortuoria, una canción que susurra tu nombre. El nombre perdido de mi amada brillo de Luna.
Ese calor que me abandona ahora se encuentra perdido en la distancia, buscando encontrarme nuevamente, esperando que el sendero nos reduzca a un segundo, a un nuevo idilio de alegría y esperanza, ahora esta sonrisa aguarda su regreso, pues si su calor vuelve a mi lado, volverá la sonrisa.
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