El Ojo

Soy raro, he de aceptarlo, muchos me dicen excéntrico, y tal vés lo soy. Soy firme en mis convicciones, soy un idealista; se que no necesito todas las respuestas, sólo las adecuadas, se que todo está almacenado en la mente, en un resquicio de la razón.

Estoy taj seguro de mi mismo, que no necesito a nadie más, disfruto la soledad y los encantos de quien me llega a acompañar, es un placer descifrar los laberintos de la ensoñación, no me gusta tener dudas, no ayudan a desarrollar mi ego, prefiero saciar mi hambre de curiosidad, alimentarla con ingenio y simplicidad. Vivo e esfuerzos, de intento e intento, hasta gozar el desdén, hasta reírme de ello o hasta hacerlo insignificante.

Creo, manipulo y transformo la realidad, soy el prestidigitador de mi mente, pero… esa tarde me ha dejado lleno de angustia. Al mirarlo de manera directa me sentí oprimido, era como ver lo peor de mi, como sentir miedo sin razón aparente, llegue a odiar el momento. Fue una sensación cautivante y llena de horror. Una mirada al conocimiento y la depravación.
Un nudo vertiginoso, sediento y voraz. Es ello, eso que siendo mío no estaba para mi. 

Desconocido, pero mío. No sé bien lo que paso, no sé bien que me orillo a mirar la mano, a dibujar esa endemoniada figura en mi palma; nunca fui buen dibujante, pero había una rarefacta motivación en mi alma, un dicho de locura y aberración… parecía como si… como si las líneas, los trazos y los matices se dirigieran de manera automática, como si un espíritu surgido de las atrocidades de la humanidad dirigiera mis dedos, tatuara sobre mi piel el más perfecto y real ojo, una masa bidimensional que bien podría haber sido la obra del más grande artista, pero que en realidad era la puerta a un mundo extraño, a el abismo de ilusiones y sentimientos, a la perversión.

De pronto, como un súbito golpe sobre mi cabeza olvide donde me encontraba, me olvide de lo tangible y material. Viaje por ríos de sangre, de degradación; por mundos de putrefacción y esclavitud, donde mis emociones y mi razón se encadenaban a vicios muy conocidos, a mi propia perversión. Pero así como inesperado fue el golpe de lo irreal de pronto me derribó la sombra de lo común, de lo rutinario. Sabía que me había llegado mi tiempo. Tiempo de enfrentarme a los demonios del concreto, al destierro de los sentidos; hora de caminar de la mano con la locura.

Y en ese abismo, en esa sensación absurda de incongruencia, caí abatido, sin saber que decir. Únicamente mirando mi mano... Tendido en una habitación de sangre y pánico, sin nadie más que mi mismo, con el testigo de mi crimen, El Ojo que presencio todo el atentado.

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