Exilio

Nunca fui buen amigo, 
no se me da la preocupación a los demás,
tampoco el amor,
el de la rama de olivo,
ni el que es fraternal.

Voy entrañando a la gente,
disfrutando su distancia y libertad,
prefiero tenerlos lejos,
muchas veces es mejor no estar
para no vivir extrañando.

Igual se fue la familia, 
me quedé con lo necesario.

Como amante de la reciprocidad, 
prefiero los términos claros,
sobreentendidos e implícitos,
sin esfuerzos ocasionales,
furtivos en su eventualidad.

Disfruto la compañía ciertamente,
también la nostalgia cuando se va,
debe ser que el corazón no dimensiona,
que la mente nubla y distorsiona
para disfrutar lo que ya no está.

Mis días también se escurren,
a cada momento me debo un tanto más.

No es que no me duela la vida,
extraño mucho a los que no están,
sea por convicción o decisión divina,
a los que se fueron recientemente,
quienes me dejaron en lo fundamental.

Van entre suspiros y recuerdos,
acompañados de inocencia y bondad,
andan entre mis momentos tristes,
cuando se me ocurre parar,
incluso cuando abrazo la soledad.

Aún dudo si son ellos los que se van,
posiblemente yo he partido.

Algunos seguramente no volverán, 
para otros la voluntad no basta,
nos alcanza el tiempo, 
se nos extingue algo que no sé explicar
y no deseo hacerlo.

Abrazo lo que me prevalece,
seguramente a quien está por llegar,
a los fantasmas que dejan dolores
y a los que llegaron a llamarse amores;
todos ellos siguen aquí, bien adentro.

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