Historia de cómo se desgarró el cielo y tuvieron que subir a parcharlo

Corría el mes de septiembre, de un año muy emotivo del cual no me puedo acordar, casi se festejaba la decena de la cosecha, o lo que es lo mismo, los diez meses después de cultivar. Jojo veía despedirse al verano, notaba en las hojas un cambio lento y paulatino, se iban aclarando; a él le encantaba sacudir los árboles, acariciando los troncos y estrujando las ramas, se entusiasmaba con el aroma que impregnaba sus manos y con la textura de cada una de esas cosas que despreciaba. Lo volvían loco.

Él llevaba una vida simple y feliz, despreocupada y libre, ciertamente, un tanto salvaje. Era él en comunión con lo que del suelo brotaba.

Por igual, amaba a la lluvia que acaricia su cara o produce sonidos graciosos al chocar con el piso. Ambos fluían.

Le contaron alguna vez, que él llegó un día nublado, con el arrullo de la llovizna y el danzar de las copas de los árboles. Recordarlo le daba felicidad. Sin embargo, Jojo, no había disfrutado de ninguna de esas cosas en los últimos días; la lluvia había sido intensa y furiosa, los árboles luchaban con ella y a veces desfallecían. Tremenda cosa, por demás preocupante.

Con su mirada inquieta y ese toque de inocencia, esencia de su alma, fue y preguntó a mamá: ¿Por qué la lluvia está tan enfurecida?

Ella con calma y dulzura respondió: Es porque el cielo se ha roto. Verás, allá arriba hay un océano infinito, lleno de peces de los más brillantes colores; normalmente son las tortugas las que nadan hasta el fondo y lo que tu ves como nubes es en realidad los chapoteos de sus patas contra el fondo de ese cúmulo de agua.

¿Si está roto, no es para que se hubiera vaciado ya? Preguntó Jojo de forma insistente.

Su mamá con la misma dulzura previa respondió: es porque el agua sólo cae cuando las tortugas se enredan en el fondo, sus patas luchan por zafarse y terminan abriendo el boquete salpicando violentamente nuestra tierra.

Fueron varios días los que Jojo pensó, quería recuperar el placer de la lluvia que moja y los árboles que hacen cosquillas. Recordó aquella vez que al preparale la comida su papá se cortó, se había puesto una banda de cinta para detener el dedo, o la sangre, aún tenía esa duda.

Así es como acudió con papá y le pidió que parchara el cielo, no completo, pues el quería que siempre lloviera un poquito. Él muy gustoso aceptó, bajo una sola condición: Jojo debía ayudarle a llegar al cielo.

Nuevamente pensó y pensó. Tal vez enganchar una cuerda a la luna, pero eso era difícil, se necesitaría mucha cuerda y esperar a que la luna fuera una uña de la que se pudieran colgar; no, no era buena opción. Ir en un cohete, subir con propulsión a chorro y dejarse caer en paracaídas desde allá arriba; no tampoco, pues temía que el paracaídas fallará y eso sería una tragedia.

Pasó días pensando, hasta que la memoria le trajo a colación la vez que conoció los globos aeroespaciales; era una idea perfecta, sin gran riesgo y con la seguridad de que podrían viajar varios a la vez.

El cielo fue parchado, sólo lo suficiente, Jojo conoció las tortugas del océano estelar y recorrió los campos de peces fluorescentes, pero esa, es otra historia.

Para Ollin, mi hermoso Ollin.

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