Me trajo un día lluvioso,
a mediados de un año del final,
sin distinción por calor o húmedad,
entre paraiso y purgatorio.
Me encontraba al medio,
de a poco me fui a la izquierda,
eché raíz con la tierra,
idealista y loco revolucionario.
Miré la muerte y,
a partir de ella los infiernos,
Dante se sorprendería,
hoy solo hay inmundicia.
Estuve frente a la injsuticia,
alcé la voz,
me perdí de las calles y su protesta,
comencé a hablar de otra forma.
Me exilié entre misticismo e identidad,
terminé reconociendo mi raíz,
amando lo que soy,
conociendo más de mí.
De ahí me entrañé,
siendo extranjero supe,
debía regresar,
había esperanza y libertad.
Besé tantas chicas como quise,
tal vez no tantas como pude,
eso dejo de importar,
había alguien a quien regresar.
De pronto reiteré la vida,
incierta y cálida,
dulce y renaciente como el amanecer,
maravilla hecha sonrisa.
Terminé conquistando alegrías de otros,
en traje de héroe robé a la muerte,
otra vez y desde la banda,
siempre al borde de la línea.
Me descubrí incierto,
carente de muchas cosas,
ridículo e intelectual limitado,
también enamorado.
A veces camino entre sombras,
hundido en memorias y a tientas en la nada,
vagabundo y opositor,
con la fortaleza de no ir solo.
Los amigos son ausentes,
aquí están los abrigos,
ligados a la promesa,
anclados al recuerdo.
Soy y cambio,
he sido y voy mutando,
crezco y cada día me extingo un poco,
sólo lo necesario.
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