Luchín. Capítulo 9: Angustia y agonía (fragmento).

Remedios corrió desesperadamente, había perdido nuevamente a su hijo, o al menos era ese el sentimiento que la embargaba. Sus pasos se convertían en polvareda, caminaba con la muerte, o bien, contra el espectro de la muerte que representaba el caballero blanco. Mientras sus piernas olvidaban el cansancio y desafiaban el abandono, en su mente se agolpaban todos los momentos en que lloró a su hijo en el exilio.

Las lágrimas cubrían su rostro, la garganta reventaba de pesar, y aunque la garganta se cerraba ante el esfuerzo, ella tenía una convicción. Salvar a Luchín.

En la mente de esa mujer había un recuerdo particular, no era el de la muerte de su esposo, tampoco el de la partida de su hijo ante la atrocidad de Delgado. En realidad le dolía la soledad, la noche en que lloró al esposo muerto y al hijo ausente, temía perder la felicidad que le había dado el reencuentro con Luis.

Esa noche que regresaba cual aparición funesta, representaba para Remedios la muerte, el momento en que su mundo se había ido al carajo, sería el estigma del dolor y la tristeza que marcarían su corazón. Ante el cuerpo de Luis, únicamente acompañada de Nora, la viuda Remedios acomodaba las flores y ungía al cuerpo de su esposo, buscaba darle un toque más humano, menos angustiante; es porque los ojos de aquel hombre reflejaban el terror que sintió en su momento más próximo al deceso, la angustia de ver que su hijo era testigo de aquel horror.

- Debes dormir un poco, mañana haremos los arreglos necesarios. – Decía Nora.

- No hay necesidad de arreglar nada, tampoco de dormir.

- Claro que los hay, mañana tendrás aquí a todos los amigos y compañeros de Luis, a la gente que lo lleva en el corazón

- Cobardes, malnacidos y temerosos. – Interrumpió Remedios. – No son otra cosa que perros miedosos. Nadie se va a acercar, saben que correrían el mismo destino, que ese hombre despreciable vendría por ellos, que los mataría y los perseguiría. No Nora, ya no hay porque dormir, ya no hay un mañana que esperar.

En ese momento Nora se sentaría junto al fuego, tomaría el rosario y nuevamente iniciaría la solemne intercesión ante Dios.

- Para qué le rezas, él no existe. Si existiera no nos habría abandonado, no estaríamos sometidos al dolor. El diablo sí existe, habita este pueblo; ha venido a apoderarse de estas tierras y a causarnos desventuras.

Nora ignoró las palabras de la otra mujer. Sabía que ante la desesperanza sólo quedaba aferrarse a lo que le habían enseñado, a creer que ya nada podría empeorar.

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