Estadio

Es difícil comenzar, aquí no hay pitazo que anuncie el estallido de emociones o el atronador aquelarre de las gargantas. La escritura a diferencia del fútbol, requiere un trazado previo, la idea de que es lo que se quiere proyectar; en cambio, un balón reinventa segundo a segundo su rumbo y, también, el de cada uno de los implicados al verlo.

La escritura y el fútbol dependen de la pasión, como buenos artes gitanos, pueden detener al mundo y dibujar ilusión en cada mirada, místicos ambos, son capaces de mover las emociones del más vehemente; y sin embargo, también pueden ir al punto más grotesco, aquel que lleva al bostezo. Ese, en sí, es el bello secreto que hermanan y les dota de magia.

No hay letras o cancha que no reverencien al ídolo, que revolotea tribunas o es prioridad en librerías puede ser de muchos matices.

En ocasiones, creado por la mercadotecnia, para vender camisetas o best sellers, sujeto convertido en objeto, transitorio y destinado al olvido; otras, las menos de las veces, el ídolo se gana a su público con corazón y alegría, con el extraordinario desacato de lo ordinario. Él, o... ella, son capaces de llevar el pulso al frenesí, la conciencia al descontrol y el balón o las letras a una fuga de la realidad. Ellos poseen magia.

Ayer, cuando un verdadero ídolo regresó a casa, el estadio cayó a sus pies; brasileño, más no aquel errante y decadente individuo que vive de la fiesta y el alcohol más que del fútbol, sino aquel que, con sudor en la camiseta y humildad en cada genialidad tiñó de rojo la esperanza de una afición.

Regresó Zinha con otra piel, con igual o más amor. De cambio, pues a veces las piernas no alcanzan, pero con talento, con esa misma magia y corazón. La afición reconoció al ídolo y hasta coreó un olé a aquel que llegó en calidad de forastero; fue una sobredosis de nostalgia, sólo superada por aquel arrebatador momento en que ingresa al campo y hasta el césped lo ovaciona entre aplausos y el interminable eco de su nombre.

Al final, ni la escritura, no el fútbol importaron, él se llevó la tarde.

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