Migrante

Allá van, pinches corruptos, nosotros fregándonos el lomo para llegar con los gringos y ellos extorsionando todo nuestro camino - son las palabras que Roberto se murmura para sí, no tiene futuro, debe llegar al norte e intentar cruzar el río bravo, viajar a Arizona y esperar que la migra o el racismo no se crucen en su destino; lo espera su familia, la que no ve desde hace catorce años. Muy en sus adentros, él sabe que este viaje lo comenzó desde lo perdido.

Viajamos desde nuestra patria. - Dice al borde del llanto. - Con el orgullo hinchado y los pies reventados por el trayecto de muerte, resistiendo, resistiendo naa´más . Allá vendieron nuestra agua, nuestro petroleo, nuestras tierras y hasta nuestro pasado a los colonizadores Yankees; acá nos queda la resistencia, el ahogo y la memoria.

Migramos, viajamos con lo mínimo indispensable. Sólo agua, un rosario y una ilusión, hemos tirado la ropa, los maletas y los zapatos extra, pero eso no duele, lo verdaderamente doloroso es permanecer sin identidad, al amparo de la nada. - Sentado a mitad de un sucio paradero de trenes, cuidándose de los oficiales de migración, de los carteles de la droga, de otros viajantes y del miedo que lo invade y que lo motiva a regresar a centroamérica.

Roberto mira a Joseph, su hermano, sabe que también tiene de hambre, que el espectro de la muerte se posa sobre su de por si lánguido y espectral aspecto. Tienen pocos dólares y aún deben llegar a Nuevo Laredo, sabe que tendrán que aguantar. Mira a Joseph y con cierto aire de heroísmo le dice - Ya casi llegamos enano, falta poquito.

Duele ser anónimo, duele no ser nadie, duele tanto como olvidarse. - Pero Roberto sigue caminando, no le queda más, debe llegar al otro lado y así es como recomienzan el camino. 


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