En la rivera de lo menos importante, ahí donde no hay
pensamiento que encalle en progreso, en donde todo el mundo se vierte en
tristezas y sinsabores, de donde hay pocas cosas rescatables y muchos devenires sobrepuestos.
Ubicada en el polo del olvido, en medio de la
intrascendencia del hombre, empolvándose de los placeres segregados de la
humanidad; desolada, inconsolable, como un mar apacible y repleto de bruma. Aquí
no importa el mañana, pues hoy se tiene la impresión de que es ayer. Al
resguardo de nada, o al menos de todo lo que no es necesario.
Desespera al grado de la inanición; retumba fuerte, cual el
silencio eterno; pero permanece intransigente, comprometida solo con el pasado
y con los desprecios del futuro. Con aire de desprestigio y altanería, con goce
de playa perdida, así es esta vida en la rivera del olvido. Frecuentada por el
pobre de corazón, por el carente de sentido. Abandonada a la violencia de los
sentidos, al desprestigio de la virtud.
Esta marea arrastra ilusiones nuevas, desmiembros de la
sociedad canibalizados por quienes de la consciencia han desdeñado. Es una
marea repleta de oxido y corrupción, vuelve a cada momento, lenta, cronométrica,
con una timidez mortal, vuelve, pero jamás se va.
En un tiempo que no fue ayer la esperanza, que se situaba
cual bandera conquistada en la mitad de la isla, fue tomada, robada por los
piratas del mundo moderno, de esos que laceran la ilusión, de los que llegan en
barca de oro a la rivera, para dejar en ella los presos de esta guerra entre la
bondad y la fraternidad.
Así transcurre un día más en este pedazo de tierra marchita,
con desolación y angustia, con el deseo de que la noche se escurra y regrese un
pequeño rayo de sol.
Pocas veces explico lo que escribo, pero esta vez es necesario señalar que es parte de una crítica a nosotros como sociedad y a lo que nos permite estar o no dentro de los parámetros del conformismo y la intransigencia.
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