La travesía del cosmos

Comúnmente sueño, me gusta hacerlo, es algo que por naturaleza me es inherente. Una virtud que me distingue de los demás y que en cierta manera me hunde en un universo enteramente mío, una realidad paralela.

Sentimientos se agolpan en mi cabeza, refugio de fábulas y fantasmas, encuentro de lo clandestino y pasional. Raíz de toda la cultura, microscopio de mis experiencias, zona mística donde se reúnen mis deseos. Rehilete de emociones, inicio de mis aventuras, espacio de expresión. Idea que me trastorna, que me divierte, profundidad de ideas que me hacen soñar, que me ilusionan y me hacen reencontrar el pasado, el futuro.

Esta realidad no se mide en alcance, ni siquiera en segundos, se mide en la fuerza del corazón, en la esencia que le da vida, en las razones que motivan este viaje, las que obligan a la trascendencia material, al desapego de lo concreto.

Ahí, en el fondo de mí universo suelo olvidar la monotonía, encontrarme en un espejo, dosificar mi letargo, y,  escucharme a mí mismo, decirme: imagen de hierro, alma mística que vienes del mundo de las emociones, voz de la paz y de la vida, sigue brillando, no dejes de musitar. Es entonces que ese espacio gris y gélido se transforma en el más cálido tornasol de emociones.

Firmamento que he creado, agujero de mi alma, espacio donde disfruto del arte que he creado. Travesía inaudita, congregación del silencio, ruptura de lo clandestino, de lo tangible. Realidad alterna. Universo paralelo.

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