El desfile de los recuerdos

Procesan en andar lunático, en el vaivén del recuerdo y la ilusión, errantes, clandestinos, pero encerrados en el misticismo de la cultura, del sincretismo y la lógica de la tradición; se guían entre columnas de incienso, entre el vacío, entre el sollozo.

Este el desfile de sombras y flores, de las almas en pena y los antiguos dolores. El relato oral que antecede lo solemne, lo discreto, lo familiarmente añejo.

No se trata de antecedentes de gloria, ni de los fantasmas de la pobreza, es la marcha de la memoria y la concordia, del luto y el carnaval. Esto es existencia, es ausencia, es relato de tiempos venideros y crónica de lo que alguna vez fue, es la eclosión de mundos, la volatilidad de la vida y la  inestabilidad de los universos, es olor a copal y sangre, a fruta fresca y velorio.

Es la noche de la flor de los veinte pétalos, del caminar de los muertos, de las luces que hipnotizan y los aromas que cautivan, es la noche donde vuelven los amores, donde se olvidan los limites corporeos y se urgen las más nobles perversiones.

Beben vida, obsequian muerte; bailan, cantan, lloran, ríen... recuerdan y vuelven a marchar, en silencio, en añoranza.

Avanzan mientras las luces se extinguen, mientras la madrugada se tiñe de rojo y el aroma a pan recién horneado se cuela en los vivos aletargados de recuerdo. Así, para los embotados en tristeza se renueva el desencuentro, pero también la promesa de renovación y ensueño.

Así se difumina el misticismo, el llanto alegre y la armonía, la magia de la muerte y el goce de la vida, así, así es como se recuerda la tradición.

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